La música

La música tiene un influjo perverso y maravilloso en la condición humana. Las notas surgidas de instrumentos y de lo más profundo de las gargantas de los hombres han servido de medio de expresión desde que el mundo es mundo. Narración de hechos, mero entretenimiento, oraciones a los distintos dioses que en la historia han sido. La ligazón con todo era estrecha. Si uno se casaba, tenía hijos, cascaba en una nevada o se peleaba con el vecino. Las fanfarrias, los tambores, las flautas, los cráneos de los enemigos, acompañaban el humano acontecer, de la cuna a la sepultura. Hoy en día es lo mismo. Pero distinto. Los pueblos ya no marcan tanto. La globalización ha hecho de las suyas. Para lo bueno y para lo malo. Pero lo que peor ha sentado a nuestra salud es la industria discográfica. Cuando los avispados constructores de gramófonos y discos se dieron cuenta que si en vez de grabar al negro del delta tocando un profundo blues o al paleto blandiendo una sierra a manera de violonchelo, cogían a un guapito de cara, le metían una orquesta con voces armoniosas y una bonita foto en la portada la gente compraría más el disco. Y eso llevado a todo los sitios del mundo. Yo, que no soy un gran defensor de las músicas tradicionales, así lo veo. La pérdida del mensaje (y no hablo solo de las letras, sino de la verdad de la música) ha sido notorio. Los músicos aficionados de todos los tiempos, hoy se ven acomplejados por una industria tan fuerte que elimina cualquier competencia de forma preventiva. El gran público ya no ríe los chascarrillos de los cómicos de la legua. Yo siempre defenderé más (es una forma de hablar, una postura más que una lucha) la autenticidad de la propuesta que su ejecución o su envoltorio. De que sirve una obra impecablemente ejecutada si es como si escuchases el telediario de después de comer. Como siempre me dirán que todo es relativo y bien es verdad. Todo es relativo en el tiempo y en el espacio, pero no en mis orejas. Cuando intento ser objetivo mis huesecillos del oído tocan como un tan-tan que me produce ansiedad. La objetividad solo sirve en el periodismo (y solo en teoría). La subjetividad es la afirmación de uno mismo contra el pensamiento único. Tampoco pretendo ser más papista que Ratzinger Z y buscar solo lo profundo de las cosas, no. Cuando la falta de talento, de ideas innovadoras y claridad de miras son evidentes aún nos puede salvar una pócima secreta que todo el mundo tiene: el humor.
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